“Una película cuyo mensaje consigue contradecir su propio final cuando la voz en off nos dice de manera tendenciosa que aquella lucha consiguió que Barcelona cambiara para siempre. Ahí Barrena [el director] se equivoca, porque la lucha de clases no ha concluido en la Barcelona de nuestros días donde la especulación salvaje impide el acceso de la mayoría a una vivienda digna. Cuando vuelven a aparecer barracas en nuestro paisaje postolímpico, la Barcelona del 47 vuelve a movilizarse, esperemos que no sea solamente para llenar los cines”
Alfonso Salmerón, de La Barcelona del 47 toma los cines
Por fin he podido sentarme a ver una de las películas del año, El 47. Una gran cantidad de amistades me presionaba para que dejara todo lo que estaba haciendo y fuera de una vez a percatarme de esa mezcla de realidad y de simbología, de esa lucha por llevar un autobús a un determinado barrio. Y así fue; hace un par de semanas llegó ese momento en el que venía de alguna manera condicionado por las opiniones de los que ya habían disfrutado de la película. Tenía hasta un poco de miedo por salirme del guion establecido por esos triunfos y nominaciones en diferentes certámenes.
Ya desde el primer momento percibí que no se trataba de una película al uso. Yo lo catalogaría más como un documental, pues es bastante fiel a la realidad. En cuanto a los actores y actrices, todos ellos, magníficos; nada que añadir a lo ya expresado por público y crítica. No obstante, me costó un poco entender algunos aspectos que no me cuadraban dentro de la época, como el hecho de que hubiera alguien que hablara catalán en aquellas zonas construidas por la noche por inmigrantes andaluces o extremeños. Mucho menos puedo creer un catalanohablante, si lo hubiere, se dirigiera únicamente en esa lengua a los habitantes de aquel barrio y menos aún que diera clases en esa lengua a personas que no sabían ni leer ni escribir. Quiero pensar que se trata de una ficción que el director ha querido introducir con el objetivo de transmitir que hay una convivencia absoluta de los dos idiomas, pero no se ajusta ni al momento político de la época ni a la sociología del territorio. De todas formas, al tratarse de una película basada en hechos reales, no tiene por qué ser fiel a cada uno de los momentos de la historia.
Otro de los detalles que me sorprenden es la ausencia de personal médico. En otros lugares donde se instalaban chabolas, concretamente en Sabadell, que es el caso que conozco, muchos médicos se trasladaban allí para atender a los enfermos o a mujeres a punto de parir en otras etapas de la historia. Es verdad que la historia acontece en el Torre Baró de 1978, y con toda seguridad esos ciudadanos ya podían ir al ambulatorio más cercano o al hospital. Y algo más. A pesar de la magistral actuación de Eduard Fernández, el personaje peca de excesivamente intimista y egocéntrico, como podrían definirlo algunos, obviando lo colectivo, devaluando el proceso que se llevó en todos los barrios para conseguir lo más elemental mediante las organizaciones vecinales. Se presenta a un Manolo Vital algo distante del combate por la dignidad que une a todos los habitantes de Torre Baró. La soledad en las reuniones con el ayuntamiento, sin ningún apoyo ni interior ni exterior, no muestra la realidad de la época y evoca a un líder solitario que, eso sí, consigue lo que desean todos.
Lo mejor de la película es, sin duda, lo que nos quiere transmitir. Claro está que hay que tener la mente abierta, querer empaparse de toda esa emotividad, de toda esa lucha, de todas esas frustraciones y llegar a la conclusión de que nada se ha conseguido sin el empuje de miles, de millones de personas. Mirar al pasado parece que no está de moda. Ahí esos diez millones de votos a la extrema derecha fascista en Alemania, en Alemania precisamente. Observemos ese vídeo creado con IA y compartido por Donald Trump en el que se ve a una Gaza convertida en una ciudad de vacaciones. El pasado, sencillamente no existe.
Por eso es tan importante que de vez en cuando surjan personas que, mediante cualquier actividad artística, película, teatro, dibujo, música, nos recuerden que no hemos surgido de la nada, que antes nos precedieron otros que lograron lo que tenemos ahora y, quizás lo más importante, somos nosotros los que tenemos que velar por que los derechos, lo conseguido, no sea destruido y, si es posible, mejorarlo.
La historia del 47 no tiene nada que ver con Sabadell, absolutamente nada que ver. En nuestra ciudad no hubo una lucha parecida. Existieron otras luchas que, desgraciadamente, no han continuado. El testigo necesario todavía no ha aparecido. Da la sensación de que las fuerzas supuestamente vivas tienen más interés en estar apegadas al poder porque se han convencido a sí mismas de que así es más fácil conseguir algo. Han renunciado a la lucha, a aquello que sí quiere transmitir El 47, a aquello que Manolo Vital nos comunica con sus miradas, con sus convicciones, con sus visitas al ayuntamiento, con esa calma inicial que se transforma en una decisión que cambiará el devenir de su barrio. Sabadell se parece más a Casa en flames, por buscar otra película catalana que arrasa en toda la península. Parece una broma, pero no creo que lo sea.
Las lecciones que nos da El 47, además de escenas inolvidables, como esa interpretación de la canción Gallo rojo, Gallo negro, un claro alegato contra el fascismo, a cargo de la actriz Zoe Bonafonte, son muchas. Entre ellas, la que he mencionado antes, que tenemos que conocer nuestras historias del pasado, que no podemos enterrarlas y olvidarlas como quieren algunos, para que no tengamos referentes en nuestras memorias. La segunda, que estamos en una época de una salvaje intromisión de individuos que, mediante cualquier método, pero especialmente gracias a las redes sociales, nos bombardean con mentiras y falacias. Raro es que no hayan atacado la historia que se muestra en esa película, diciendo, por ejemplo, que todo es una invención.
La tercera, que esa gente que vino de otras partes de España y que huyó de la pobreza para poder subsistir contribuyó al bienestar de toda Catalunya, desde sus luchas, sus trabajos, su cultura. No parece que la sociedad actual piense lo mismo de los que están llegando. Y la cuarta lección, que hay que volver a salir a las calles, que no basta con hacerse la foto con tal o tal alcalde o con un consejero que lleva 20 años repitiendo que sí, que esta vez sí que va en serio lo del hospital, lo del amianto, lo de la calle, lo del instituto, lo de la escuela, lo del ambulatorio. Nada se consigue así. La lucha nunca fue de despachos.
Como dice Jordi Évole, “es difícil encontrar ahora el ambiente de lucha solidaria que se vivió durante aquellos años. Y aun así El 47 está triunfando en las salas. Curioso momento en el que la militancia de carnet va a la baja, pero se milita en una película, en un programa de televisión, en un futbolista o en una cantante. Curioso momento”.