Que dice Juan Roig, el empresario valenciano que nos tiene acostumbrados a ocurrencias diversas, que hacia el 2050 ya no habrá cocinas en nuestras viviendas. Él ya no estará aquí para comprobar si su vaticinio se cumple, aunque confiese que espera vivirlo porque quiere llegar a los 100 años. Yo, con un poco de suerte, tendré 90 años, y muy probablemente ya no estaré en plenas facultades ni para poder hacerme una tortilla francesa. Más bien creo que me la darán aplastada con un tenedor para que pueda digerirla mejor; o quizás ya tenga que comer esos potitos envasados para pequeños y mayores que no tienen dientes. Quién sabe…
A mí ya no me sorprende nada de lo que diga este señor, porque siempre nos ha tomado por idiotas. Ahora, además, nos llama vagos, seguramente también ineptos, porque, está claro, nos da una pereza terrible entrar en la cocina de nuestras casas y preparar cualquier plato. Él, que los anuncia como “tradicionales y al más puro estilo casero”, lanza una predicción que no deja de tener un tufo economicista y de negocio, a la par que propagandístico. Ya no sé si se trata de una estrategia para dar visibilidad a una empresa como la que él dirige o realmente se cree lo que dice. Es verdad que las ventas de platos preparados han aumentado, pero también que las nuevas generaciones tienen menos poder adquisitivo y están volviendo a la cocina que él desprecia.
Pertenezco a una generación que ha entrado en esa estancia de la casa que era exclusiva de mujeres, de abuelas que hacían un cocido con pocos ingredientes y que no entendías después de llevarte la primera cucharada de sopa a la boca que pudiera tener ese sabor. Recuerdo caldos de todo tipo, de pescado, de pollo, arroces con miles de ingredientes, también con leche, canela y limón, sofritos diversos, picadas de frutos secos, aromas y sabores que permanecían en la boca durante horas. Y dabas gracias a tu abuela, a tu madre, a tu tía, por haber estado toda una mañana en la cocina para conseguir ese milagro. Yo heredé todo eso y, por el respeto que siempre les tuve, que les sigo teniendo, continúo, en la medida de lo posible, sus enseñanzas. No es solamente comer por comer; se trata de recordar esos momentos, intentando que esos sabores de antaño permanezcan en los ingredientes, cada vez más maltratados por antibióticos, pesticidas o cultivos intensivos.
Hace unos días, una persona que también había leído las declaraciones de Juan Roig, me decía que cómo era capaz de tener tanta desfachatez un empresario que es denunciado cada día en redes y en artículos de opinión por avasallar y coaccionar a agricultores para que les venda sus productos a bajo precio, ninguno de ellos ecológico, por cierto, por comprar fuera de España gran parte de los que encontramos en las estanterías de sus supermercados, mientras se da golpes de pecho de españolidad, mientras nos engaña con el peso de muchos de ellos… Me decía también que basta con mirar los ingredientes de muchos de sus procesados para darnos cuenta de lo que nos metemos en el cuerpo. Que nos engañan con palabras como ‘natural’, ‘tradicional’, ‘sin conservantes’ y demás mandangas y lo que nos comemos está lleno de aditivos perjudiciales para nuestra salud.
Cuando veo esos arroces en las vitrinas de ese supermercado, todos iguales, hechos, no sé si por la inteligencia artificial, pero sí que, con toda probabilidad, artificialmente, me acuerdo de mi abuela; también de todos esos valencianos y valencianas que llevan décadas preparándolos con esmero, con cariño, a fuego lento, sofriendo los ingredientes con el mismo amor, echándolos a la paella con el mismo mimo. Los de Juan Roig vienen ultracongelados y se descongelan in situ. No digo que estén malos, pero nunca será lo mismo, nunca.
Y claro, luego está el tema cultural, que a Juan Roig le importa un rábano. De un plumazo quiere cargarse la base gastronómica de nuestra idiosincrasia. El sur es comida, lo sabemos; pero no cualquier comida, sino la que se hace alrededor de una mesa, de una barbacoa, rodeada de amistades de todo tipo. La buena cocina, la que se construye junto con esas relaciones, es también la base de la convivencia. ¿Alguien entendería que una paella prefabricada en un polígono industrial consiguiera esa magia?
No, señor Roig, no voy a contribuir a la degradación de nuestra cocina. Usted ha cogido un camino que no es el mío. Respeto a los que quieran cerrar definitivamente sus cocinas y abrir las puertas a la comida preparada. Hay libertad. Pero no cuente conmigo para aplaudir sus iniciativas. Sí, en cambio, las que se alejan de sus postulados donde el negocio es lo que prima y no la calidad. Un ejemplo, precisamente en Valencia, el de Horta-Cuina, “un programa dirigido a facilitar y consolidar una alimentación saludable, sostenible y de calidad” que lleva la producción agraria a los comedores escolares. Su proyecto, muy alejado del suyo, señor Roig, pretende “hacer posible una alimentación basada en la agricultura local, incorporando productos ecológicos, frescos y de temporada en los menús de los centros escolares y de restauración colectiva” según afirma en su página web. La vuelta a las cocinas en los comedores escolares, sí, sí, una reivindicación de muchas familias que cada vez son más conscientes de que la comida es un derecho, y como todos ellos, no debe basarse únicamente en el factor económico.
Por eso, si alguna vez siento la necesidad de acercarme a un lugar donde venden comida preparada, lo haré a uno de esos establecimientos que regenta gente que sí que cree en lo tradicional y en lo natural, en ingredientes de kilómetro cero, en la esencia de los sabores. Unos lugares donde se aprecia lo sencillo y se valora lo cotidiano. Como el de mi amigo Ángel en Águilas, lleno de un amor y de una sensibilidad extraordinarios, donde un arroz con leche es del día, sin conservantes, sin aditivos, sin ese halo industrial que caracterizan sus platos, señor Juan Roig. Usted sería incapaz de apreciar todo eso. Donde solo se mira el dinero, las ganancias e importa un bledo todo lo demás, se está condenado al fracaso. Aunque este sea solamente emocional. Siento amargarle el día, señor Roig, pero soy optimista. En 2050 las cocinas seguirán existiendo y los comedores escolares abrirán las suyas. ¿Sabe por qué? Porque, aunque a usted no le guste, somos personas antes que consumidores. Y que así sea siempre.
Foto portada: Juan Roig, en Paterna, el 12 de marzo de 2019.