ARTÍCULO DE OPINIÓN
Manuel Navas, sociólogo
Gran parte de la humanidad hemos adoptado el deporte como parte de nuestra vida y ocio cotidiano practicándolo o como espectador/a. Y es un hecho que el deporte ha sufrido una mutación en especial tras la IIGM, pasando del amateurismo a una profesionalización sin límites proporcionalmente mayor en aquellos deportes de masas que generan enormes dividendos económicos por diferentes conceptos propiciados por su mercantilización. El futbol es un claro ejemplo, contabilizándose en España más de 30.000 clubes federados y una sola sección por género.
Y como es un hecho, sería absurdo negar en el futbol (y otros deportes y deportistas) que clubes y selecciones han sido y sigue siendo utilizadas políticamente en función de la oportunidad como por ejemplo el Real Madrid por el franquismo a partir de sus victorias en Europa para mejorar su imagen internacional, o el Barça y el Bilbao por los nacionalismos periféricos o el gol de Marcelino a la URSS, el de Iniesta a Países Bajos o el de Oryazabal a Inglaterra. Y es también un hecho que los clubes, corrompidos por el capitalismo, ha quedado en manos de magnates y jeques (Manchester City, Paris Saint-Germain, etc.) sustituyendo el juego por el espectáculo y el negocio y desnaturalizado los sentimientos de los seguidores.
Sin embargo, la politización alcanza su cenit con las selecciones nacionales, donde el chovinismo patriótico utiliza las victorias y derrotas para fines políticos y sociales. Y aquí es importante diferenciar la alegría por el merecido triunfo deportivo de la selección española, de la manipulación del evento para avivar sentimientos nacionalistas y una supuesta superioridad racial, así como rebatir, en este contexto, la falsa y simplista la afirmación de que quienes ondearon la rojigualda en las celebraciones son “fachas”, porque, aunque algunos partidos intentan apropiarse de esos símbolos, la victoria deportiva ha sido motivo de identificación diría que para para la mayoría de los españoles.
No obstante, una celebración que comenzó bien, terminó siendo capitalizada por sectores de la extrema derecha, utilizando como voceros a jugadores (Carvajal, Morata, Rodri,….) que dando rienda suelta a sus pasiones supremacistas lanzaron cánticos y consignas casposas y excluyentes con las que no nos identificamos la mayoría de la ciudadanía. Unos jugadores que destaparon su hipocresía cuando días atrás habían criticado a jugadores franceses por pedir el voto para la democracia alegando sarcásticamente que “no debe mezclarse futbol y política”, sin olvidar su cobardía e insolidaridad con la selección femenina en el caso de Jenni Hermoso. Es un hecho que, ser buen jugador no garantiza estar vacunado contra el neofascismo.
Que la ciudadanía se haya alegrado de una victoria deportiva, no ha sido suficiente para unir a todos los españoles. La victoria no ha jugado el papel del anillo único de “El Señor de los Anillos” para unir a todos los españoles porque, rápidamente, el sectarismo grupuscular, manipuló esa justa alegría, dejando fuera de la España fangosa de Abascales, Alvises o Vito Quiles de turno, a la mayoría del pueblo que, si bien celebró con todo el derecho el triunfo deportivo de la selección, ni se identifican con esos fulanos, ni con lo que representan.
Si esos siniestros personajes y sus seguidores, con quienes no tenemos nada en común, se proclaman españoles, ¿deberíamos el resto, la gran mayoría, considerarnos anti-españoles por ello? De manera similar, ¿deberíamos convertirnos en anti-europeístas porque la Unión Europea cierra los ojos al genocidio en Gaza? Aplicar esta lógica a todo lo que contraviene la Carta de los Derechos Humanos de las Naciones Unidas lleva a una actitud de impotencia y resignación, aceptando que “es lo que hay, siempre será así y no es posible cambiarlo”, dejando el camino libre para que la extrema derecha y la derecha extrema actúen sin restricciones.
Quienes hemos nacido en la cara mala del mundo sabemos que cualquier avance hacia una sociedad más justa y racional es sumamente difícil. En España, esto es aún más complejo debido a una transición que dejó intacta la infraestructura de la dictadura franquista. Y de aquellos polvos, estos lodos. La oposición, heredera del antiguo régimen, al no aceptar el resultado de las urnas, puso en marcha una estrategia político-mediático-judicial para lograr lo que no consiguieron en las elecciones mediante un “golpe de Estado blando”.
Un hecho que puede llevar al desaliento, alegando que España es irrecuperable, o, por el contrario, reivindicar una España republicana, federal, plural, integrada, equitativa y feminista en respuesta a quienes intentan apropiarse de los símbolos que son de todos y vaciar de contenido palabras como libertad y democracia, así como el derecho a disfrutar de los triunfos deportivos sin connotaciones fascistas que alimenten el supremacismo, el racismo, la xenofobia y el divisionismo social.
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